¡Calladito NO te ves más bonito!
Por: Arístides Ramírez
Numerosos expertos dicen que hablar en público es el miedo número uno de las personas, incluso por encima del miedo a las alturas o a morir ahogado. Aunque no cuento con una fuente confiable que respalde una estadística de esta magnitud, sí te puedo decir que, luego de 15 años entrenando a ejecutivos para hablar en público, creo firmemente que tener miedo a pararte frente a un grupo de personas y expresar tus ideas es un temor tan sobrevalorado como creer que las matemáticas son difíciles.
Habrá quien piense: “¡Pero las matemáticas sí son difíciles!” Bueno… Esa frase indica que tú no entiendes matemáticas y, por lo tanto, las evitas, pero eso no significa que sean cosa de otro mundo. Lo mismo ocurre con la oratoria.
“Pero calladito me veo más bonito ¿Para qué hablar en público?”
Para responder esta cuestión, tomemos como punto de partida la frase del político y orador ateniense Pericles: “El que sabe pensar, pero no sabe expresar lo que piensa está en el mismo nivel que aquel que no sabe pensar”. Por lo tanto, si pretendes ser valorado por tus ideas y por la persona que pretendes proyectar, entonces vas a tener que aprender a transmitir tus ideas de manera clara y contundente.
Resuelto el punto anterior, ahora sí vamos a entender algunos conceptos de suma importancia para que logres vender mejor tus ideas y a ti mismo.
En primer lugar: Para ponerte al frente de un grupo de personas y abrir la boca, necesitas haberte ganado el derecho a hacerlo. Esto lo consigues, principalmente, a través del conocimiento o de la experiencia que has desarrollado en tu vida porque es la evidencia que le da valor a tus ideas, y permite que las personas que te escuchan perciban en tus palabras algo mucho más valioso que el silencio.
Ahora bien, para que las personas estén dispuestas a escucharte debes generar una conexión empática con tu audiencia; es decir, necesitan verte como una persona en la cual pueden confiar para que mantengan abierto el canal de comunicación y puedas construir credibilidad ante ellos. Por cierto… Si tu intención al hablar en público es evangelizarlos con tu verdad, sacarlos de su estupidez o salpicarlos con tu sabiduría, mejor siéntate y evítate la pena porque tu actitud amenazante cerrará el canal de comunicación y, en automático la audiencia “escuchará para responder” y no lograrás el deseado “escuchar para entender”.
Si has cubierto los dos puntos anteriores, ahora tienes una audiencia dispuesta a escucharte, pero es fundamental que te comuniques de manera congruente. Un ejemplo de esto que te digo son esas maravillosas juntas donde el jefe pretende motivar a su equipo de trabajo con mentadas de madre. Si tú eres ese jefe, te tengo malas noticias: Tu equipo de trabajo no escucha lo que le dices, pero sí se queda con la manera en cómo se lo dices.
Entonces ¿Cuál es la forma más fácil de lograr esa anhelada congruencia? Emociónate y hazlo del modo en que quieres que se emocionen quienes te escuchan. Esto significa que, si pretendes entusiasmarlos, tú debes mostrarte entusiasta. Recuerda que necesitas modelar en ti la actitud que deseas ver reflejada en los demás; no pretendas que peguen de brincos si tú no lo haces.
Hasta aquí llevamos tres puntos de avance: ganarse el derecho de pararse frente una audiencia; hacer una conexión empática genuina y comunicar a través de las emociones.
El siguiente punto por considerar es que comuniques de forma asertiva. Definiremos “asertividad” como el punto intermedio entre pasividad y agresividad o, más fácil aún, decir lo correcto en el momento indicado. Es sencillo darse cuenta cuando no fuimos asertivos porque nos atormentamos con frases como: “Le hubiera dicho esto”, “Debí decir esto otro”, “Cómo no se me ocurrió”. Planificación es la mejor estrategia para la improvisación. Cuando planificas debes considerar aspectos tan importantes como el tipo de audiencia y el estado de ánimo en que esta se encuentra, qué deseas lograr con tus palabras para que seas pertinente y asertivo. Eso sí, olvídate de planificar tratando de memorizar las palabras exactas pensando que eso te hará lucir como todo un experto en el tema; lo más importante al hablar en público es la audiencia, no tú.
Por último, sigue una estructura que ayude a las personas a digerir mejor la información que presentas; te puedo asegurar que el 99% de las personas que van a escucharte, tienen la mente puesta en un tema diferente al de tu presentación. El otro 1% restante, probablemente sea tu mamá. Por eso, cuando inicies tu participación no agradezcas, no te justifiques ni digas que no vas preparado; es mejor que realices una apertura que capte la atención de tu audiencia: brinda un dato contundente o lanza una pregunta relacionada con tu tema y ponlos a pensar en ello.
Ahora que has estructurado tus ideas y tu audiencia está pensando en lo que tú quieres que piensen, transmítelas con confianza; proporciona evidencia que la justifique y emociónate al hacerlo; disfruta que tienes la oportunidad de estar frente al público, escucha lo que la audiencia tiene para compartirte. Para finalizar, genera un cierre contundente que los invite a realizar acciones; no te despidas con un simple “gracias”. Aprovecha tu idea final como una manera sorprendente de finalizar, que sea contundente y se convierta en un recordatorio de tu presentación, que sea tan asertivo que las personas al salir digan que valió la pena escucharte e incluso quieran ponerse de pie para aplaudirte. Prepárate, levántate y habla.
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